sábado, 15 de marzo de 2014

PILAR PITARCH BLASCO

            Pilar Pitarch Blasco nació en Cariñena (Zaragoza), el 20 de noviembre de 1914, en una familia modesta de pequeños comerciantes. Su padre era socialista (seguidor de Largo Caballero) y ateo, y su madre católica practicante. "De pequeña", nos cuenta Pilar, "quería ser artista de teatro, pero mi madre se opuso y entonces integré una escuela de monjas, junto a mis cinco hermanos. Éramos siete, pero uno murió. Cuando tenía ocho o nueve años, a la hora de salir de la escuela, mi madre me esperaba en la puerta del comercio, con la merienda en una mano y un cirio en la otra. Mis hermanos iban a jugar, pero yo tenía que ir a rezar a la capilla cerca de casa. Tanto tuve que ir, que ahora soy casi tan atea como lo era mi padre. Creo que la culpa es de la propia Iglesia, que solo favorece a los ricos y que hipócritamente está al lado de los pobres... A parte algunos católicos como la madre Teresa de Calcuta, que ha dado su vida por los pobres y ha vivido como ellos y con ellos. ¿Pero de estos cuantos hay?
           Para mí, el lujo de las iglesias y del Vaticano es vergonzoso, al lado de la pobreza de muchos niños fieles católicos que no comen todos los días. Antes de la Guerra Civil, los enfermos y los heridos estaban cuidados por monjas que no tenían título de enfermera ni nada. El Gobierno de la República sacó un decreto que hizo realidad los diplomas de enfermera. Se estudiaba en la Facultad de Medicina de Madrid o de Barcelona. Como mi madre no quería que fuera artista de teatro, me decía de casarme y ser mantenida por mi marido. Pero yo no quería de eso porque estaba ya emancipada, gracias a mi padre. Cuando vi el decreto en el periódico, no me lo pensé más. Hice el diploma en Barcelona. Durante el tiempo que duraron mis estudios, de los 20 a 22 años, estuve alojada en casa de un amigo de mi padre. Dos meses después de terminar mis estudios, estalló la Guerra Civil. Así pues, en el 1936, yo me encontraba todavía en Barcelona. Mi idea era continuar en Cataluña, porque me gustaba el lugar. Pero entonces tuve la noticia del fusilamiento de mi hermano Domingo, el cuarto. Lo fusilaron el 31 de agosto de 1936. No había hecho nada a nadie... Siempre me acordaré de él. Estaba muy unida con él." [Pilar se emociona] ". Al estallo de la Guerra Civil, regresé a Castellón y trabajé en el Hospital Provincial, en el cual el decano era Juan Bellido, un médico muy conocido. A este hombre lo encarcelaron los franquistas durante doce años al finalizar la Guerra. Luego le pusieron multas hasta arruinarlo y cuando salió de la cárcel, le prohibieron el derecho a ejercer de médico. Un hijo suyo ha sido parlamentario del PSOE con Felipe González.

           Muchos médicos de Castellón estuvieron curando heridos durante la Guerra Civil, unos en el Hospital Provincial y otros en el Hospital Komenski de Benicassim (un hospital de guerra). Después de la Guerra, he oído decir que el único en salvarse había sido el Doctor Batalla, un cirujano muy conocido.
           Un día, mientras yo estaba trabajando en el Hospital Provincial, mi amiga Encarnación Mus – la hermana del violinista Abel Mus – vino a buscarme porque ella estaba en el Hospital Komenski y allí hacían falta enfermeras para la sala de operación. El mismo día se me llevó al Komenski, al equipo checo, dónde el doctor ya me esperaba. Me acuerdo de muchos heridos. En particular de Franck Luda, un joven austriaco de 24 años, Brigadista Internacional al que tuvimos que amputar las dos piernas, debido a las heridas del frente. Ya repatriado, en Austria, Franck estuvo trabajando con dos piernas artificiales, en una fabrica, y lo hizo hasta la jubilación. Otro herido se llama Jiri Horski: aún vive, en Praga. Ahora tiene 93 años. Tengo correspondencia con él desde muchos años. Cuando me escribe siempre empieza la carta con las mismas palabras: 'mi querida enfermera que curó mis heridas'. Hubo muchos heridos. La Guerra fue terrible. Incluso bombardearon los hospitales. En el nuestro, la bomba cayó muy cerca, en un puente al lado de las villas y del hotel dónde estaba el hospital Komenski. Una enfermera checa –Mirka–, al ver caer las bombas, sufrió un desencajamiento de las mandíbulas y la boca se le quedó abierta. Y yo estoy sorda del oído derecho desde ese día porque la explosión de la bomba me rompió el tímpano.
           Claro, hubo heridos muchísimos más graves que nosotras. Aunque siempre estuvimos peligrando porque al sonar las sirenas que avisaban de la llegada de la aviación, todo el mundo podía ir a refugiarse menos el personal sanitario y los heridos más graves que no podían levantarse de la cama.
           Ese día, el Doctor Kisch, cirujano jefe hizo quitar la bandera de la cruz roja del hospital
porque, a pesar del carácter sagrado de esta bandera, los últimos meses bombardearon
hasta los hospitales. Sobretodo los de las Brigadas Internacionales, porque los Brigadistas teníamos que morir todos.
           Komenski, hizo quitar la bandera de la cruz roja del hospital porque, a pesar del carácter sagrado de esta bandera, los nazis – por orden de Franco – los últimos meses bombardearon hasta los hospitales. Sobretodo los de las Brigadas Internacionales, porque los Brigadistas teníamos que morir todos. Cuando Negrín mandó la Brigadas a Cataluña para organizar su futura salida de España, me incorporé otra vez al Hospital Provincial de Castellón. Al entrar los franquistas en el Hospital Provincial, un enfermero vino corriendo a decirme 'Pilar, márchate enseguida, la policía viene a por ti'. Bajé al piso de abajo: allí había una galería grande con dos salidas, una en cada extremidad. Una daba a la puerta principal del hospital y por esa empecé a correr. Pero llegada a la mitad, tuve la idea de salir por el otro lado: él de la puerta del depósito de cadáveres, que daba a un descampado. De allí me fui a la casa de una amiga de confianza y le conté lo que pasaba. Ella me acogió y fue a avisar a mi familia. En esa casa permanecí cuatro días. Luego cambié de escondite: pasé a una pequeña pensión no declarada de dos solteras mayores, María y Luisa. Allí había cinco estudiantes de los pueblos de la provincia de Castellón. Yo le ayudaba a María a hacer las camas y todo el resto, mientras que Luisa cocinaba y rezaba por mí. No podía salir del piso. A los pocos días vino un joven de 31 años y pidió comer allí. María le dijo que allí no se daba de comer a los pasantes, solamente a los pensionistas. Pero hizo una excepción y le dejó sentarse y comer. María pensó primero que era un inspector que venía a denunciar su actividad clandestina. Pero el chico no me quitaba los ojos de encima. Entonces María ya pensó que este hombre venía a buscarme, pero no dijo nada.
             El hombre le preguntó si tenía una habitación libre y María le enseñó una. Al día siguiente él regresó con una maleta y se quedó. Nunca dejaba de vigilarme. Al cabo de unos 10 días, Luisa le pregunta si era estudiante también. Y él le contesta 'no señora, soy policía secreta'. Luisa se puso a temblar. Y me llamó para avisarme. Pero yo le dije que no quería irme porque no podía pasar de un lugar para otro y que si tenía que ir a la cárcel, iría. Y Luisa rezaba sin parar, lo que le producía gracia a María. Pasaron unos días y el domingo, los estudiantes regresaron como siempre a sus pueblos, para estar con las familias y las novias.        Pero el policía se quedó, solo. Él era de Villarín del Campo (ZA) y la familia le quedaba lejos. Ese domingo, María le puso el desayuno en la mesa del comedor y nosotras desayunábamos como siempre en la cocina. Pero él quiso comer con nosotras. Se sentó a mi lado y me hizo muchas preguntas sobre mi vida personal. A continuación me invitó al cine. Y allí empezó a acercarse. Pero le dejé claro que no me interesaba ninguna relación. De vuelta a la pensión, le conté todo a María (ya extrañada de verme volver). María me aconsejó de aprovechar la situación y salvar mi vida. Pero yo no podía venderme a un policía que probablemente estaba martirizando a los míos en un calabozo. Se llamaba David Sevilla. Un día, le dije: 'David, tengo algo que decirte. Quiero que sepas quien soy'. Y él me hizo signo de callarme; y me dijo: 'yo te voy a decir quien eres, que eres brigadista, socialista, hija de un socialista, enfermera en el Hospital Komenski de Benicassim...' Entonces le contesté que si venía a por mí, yo estaba a su disposición. Y él me dijo que sí que vino el primer día a por mí, pero que se quedó prisionero él. Y para darme una prueba de que me quería de verdad, destruyó mi expediente en la comisaría, lo que podía haberle costado muy caro, incluso la vida. Para quitarlo de encima, le hice creer que mi hermana estaba para dar a luz de forma inminente y que tenía que irme a Cariñena a ayudar a mi madre. Entonces me fui y él me escribió una carta cada día. ¡Y que cartas! Y yo pensando: un fascista, policía secreta, ex jesuita... ¡madre mía!' Mi padre me dijo 'no te cases con él' y yo le contesté que no se preocupara... Pero sí le contesté a David con cartas de amistad, pero no de amor. Al final le expliqué que tenía que olvidarse de lo nuestro. David me dijo que si un día le necesitaba, ya sabía donde encontrarle." "Regresé a Cariñena en el 1942 y allí conocí a mi futuro marido, Marcos Colomar, un joven de Ibiza, que acababa de salir del campo de concentración de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca).
             Pilar nos prepara un café en su casa "Nos fuimos a vivir a Valencia, en dónde nos casamos en el 1947. Mis dos hijas, María Pilar y María José, nacieron allí. Mi marido empezó a trabajar en una fábrica de dos hermanos de izquierdas: unos de ellos acababa también de salir de un campo de concentración. Para mi marido, encontrar ese trabajo fue un alivio. Él lo que quería era irse de España. Pero como nadie le conocía, ya que no pertenecía a ningún partido ni nada, no le suponía problemas quedarse en Valencia. Pero sí en el caso de intentar pasar la frontera. Porque para pasar la frontera legalmente, tenían que conseguir un salvoconducto: para ello, tres hojas firmadas por tres personas de derechas eran necesarias. Y a nosotros, como es natural, nadie nos las iba a "...yo no podía venderme a un policía que probablemente estaba martirizando a los míos en un calabozo."
              La Carta Digital - Número 21 - Edición especial Pilar Pitarch 5.
              Entonces le propuse a mi marido pasar la frontera a pie, a pesar de estar esperando a mi primera hija. Pero el no quiso exponerme a ese riesgo. El no vivía en esa situación. Me acordé de David Sevilla y que me había dicho de llamarle si le necesitaba. Entonces, un domingo, mi marido y yo decidimos que el día siguiente iría a ver a David para pedirle un salvoconducto.
              El lunes cogí el tren con María José, que para entonces ya había nacido y tenía dos años, y viajé a Castellón. Entré en la comisaría a las 12 horas y pregunté por el Sr. Sevilla. Cuando nos vio, pensó que nos había pasado algo a mi hija y a mí. Pero le expliqué que mi marido y yo queríamos irnos de España. Él me dijo que le haría el salvoconducto a mi marido y que luego mi marido nos haría llegar al país donde ya se encontrara. Me entregó el salvoconducto enseguida y me acompañó hasta la puerta. Aún guardo hoy en día ese salvoconducto Volví con María José a Valencia, sin comer ni nada. Y me acuerdo que llegamos a Valencia a las 16 horas: todo fue muy rápido. En casa, esperé a mi marido: cuando regresó de su trabajo y vio el salvoconducto, no se lo podía creer. Me dio un abrazo que casi me rompe los huesos, de la alegría. Me dijo: por fin vamos a dejar España'. Y yo le contesté: España no... el fascismo. Y mi marido pasó la frontera unos diez días después, para ir al Grez, un departamento de Francia dónde había muchos exiliados españoles. Una vez allí, mi marido se dirigió a la prefectura del departamento para que yo pudiera entrar en Francia con mis hijas. Mientras tanto, yo ya no podía trabajar como enfermera. Necesitaba que alguien me cuidara las niñas, pero mi madre se negó a hacerlo por motivos que no voy a explicar. Tuve pues que poner mis hijas en la beneficencia. Eso fue lo más triste para mí. Ha sido muy difícil hacerlo. Yo me puse de criada en una casa. Hasta que recibí del gobierno francés la autorización para entrar en Francia con mis niñas. Una vez reunidos en el país vecino, mi marido pidió la autorización para irnos todos a Argelia, en donde él había residido desde la edad de dos años, y que entonces era francesa. Hay que precisar que mi marido fue a España solamente para luchar con su hermano contra Franco.
             En Argel era muy difícil encontrar un piso porque había muchos solicitantes y muchos españoles. Pero nosotros tuvimos suerte y nos recogió un hermano de mi marido mientras encontráramos vivienda. Para tener derecho a un piso subvencionado, teníamos que vivir muy mal: así que alquilamos una barraca para instalarnos en lo que podíamos. Cuando el inspector vino a vernos y se enteró que no teníamos otra cosa que ese pequeño almacén con puerta metálica y sin ventanas, nos explicó que no éramos franceses pero que tramitaría lo mismo la solicitud de piso subvencionado. ¡Y tuvimos el piso a los ochos días! Cuando mi marido volvió del trabajo y vio las llaves que le enseñaba, no se lo podía creer. Corría el año 1949. En ese piso vivimos hasta en año 1962 sin ningún problema.
             En el 1961 se casó mi hija la mayor (María Pilar) y entró en Suiza para vivir en Lausanne. Mi marido, que trabajaba de ebanista, se quedó sin trabajo a consecuencia de la guerra de Argelia y el cierre de las fábricas. Se fue pues a trabajar al Sahara, en una compañía de petróleo, el único lugar dónde quedaba trabajo. María José, cuando salía de la escuela, iba a por el pan. Un día, cuando ella tenía trece años, me llega a casa temblando y me explica que unos jóvenes argelinos le molestaron y que uno le dijo al otro: déjala tranquila hasta la independencia... Yo como sabía que a muchas chicas las violaban –tanto en un bando como en el otro, le dije a mi hija de no salir más de casa, ni para ir a la escuela ni a por el pan.
             Entonces pensé en hacerla marchar de Argel. Me dirigí al cura de la Parroquia de Santa Ana, en mi barrio: el Padre Paul era un suizo. Le conté lo de mi hija y le pedí que me
encontrara la dirección de un pensionado en Suiza para ella. Me dijo que se encargaba de todo. Tres días después, me dio la dirección de un pensionado de monjas en Valais. Mi hija viajó así a Suiza en ese año 1961. Tres meses más tarde, recibí una carta de la monja superior del pensionado suizo. Me decía que mi hija había quedado muy afectada por las imágenes que había visto por la tele sobre la guerra de Argelia: tenía el baile de San Vito. El médico me aconsejaba de ir a verla para tranquilizarla. Llamé a mi marido al Sahara y le expliqué lo que pasaba. Él me contestó que fuera a Suiza y que me quedara allí con nuestra hija.
             Cogí pues el avión y me vine a Suiza. Estuve un mes con María José. Al volver a Argel, me encuentro con que mi piso había sido ocupado por los 'fellagas' argelinos. Lo perdimos todo. Incluso documentos que me hicieron falta para cobrar pensiones a las cuales tenía derecho. Solo pude recuperar el coche, gracias a mis vecinos argelinos que, al ver que todo estaba siendo robado y ocupado, me lo habían escondido hasta mi regreso. Avisé a la familia de mi marido de lo ocurrido y me alojaron. Cuando mi marido volvió del Sahara, un mes más tarde, aunque fue difícil conseguir los billetes, cogimos el barco con el coche, desde Argel hasta Marsella. De Marsella viajamos en coche hasta Suiza. En Suiza todo fue formidable. Debo decir que la policía nos ayudó mucho. Entramos como exiliados políticos, lo que era muchísimo más fácil que para los emigrantes. Suiza ha sido para nosotros el paraíso. Y aquí sigo viviendo.

              Según su propia voluntad, Pilar Pitarch Blasco será incinerada. Será el martes 3 de enero, en Lausanne. Hasta la fecha, descansa en la capilla Saint-Roch.



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